domingo, 17 de mayo de 2009

La prensa puede cambiar el mundo

Hace años dejé de leer la prensa. Ahora me informo un poco de lo que sucede y eso es todo. Esto obedece a dos razones: en primer lugar he decidido elegir libremente las formas de engañarme con que me manejaré en esta vida. Haz una prueba, compra cuatro periódicos, busca la misma noticia en los cuatro y extrae tus conclusiones: la noticia está, pero nunca será la misma, seguramente incluso cada titular tendrá un significado y unas implicaciones distintas. Así pues, engáñate tu mismo si quieres, pero por lo menos no dejes que lo hagan los demás. Decía Maquiavelo: “El ser humano es tan estúpido que si alguien quiere engañarle siempre hay algunos que se dejan”. Y más que algunos, personalmente me atrevería a decir que demasiados. En segundo lugar, no quiero que nadie decida por mí en qué mundo debo vivir. La prensa se centra en la mala noticia, la violencia, el morbo, la catástrofe… parece que en nuestro mundo, necesariamente, las cosas tengan que ir mal y no pueda ser de otra forma. Leí una frase en el interesante libro Seduciendo a Dios, de Proscritos Editorial, era algo así como “no dejes que te hagan creer (los políticos) que ellos son el mal necesario”. Personalmente no quiero que me hagan creer que las únicas noticias que tienen interés son las malas noticias. Pocas o incluso ninguna vez, vemos portadas centradas en la labor social y heroica de personas sorprendentes, precisamente porque piensan que el mundo puede cambiarse y es cosa de todos hacerlo. Si este tipo de personas fuesen noticia habitual, al final nadie pondría bombas porque a nadie le interesarían un pimiento. Nadie se creería las mediatizaciones, pantomimas y politiqueos nacionalistas en un mundo necesitado fundamentalmente de cooperación. A nadie le importaría una lengua que fuese instrumento político antes que soporte de comunicación. Incluso los políticos casi dejarían de ser importantes a no ser que cooperasen con ese cambio mundial. Nadie seguiría a esos dudosos líderes religiosos tan venerados aún en ciertos sectores de nuestra sociedad; sectores que aún no saben que las buenas noticias también existen. No quiero que me hagan creer que no pude haber un mundo mejor y que no hay más remedio que vivir y existir en ese mundo horrible que muestra la prensa. Y entiendo que de ciertas cosas hay que informar: de la injusticia y la deshonestidad fundamentalmente, pero nunca en ese leguaje moderado, doble, hipócrita al que nos han acostumbrado los políticos, los maestros y los medios de comunicación. Imaginaos que para la prensa, de repente, las buenas noticias fuesen más importantes que las malas. Sin duda nuestro mundo cambiaría. A los políticos y poderosos les asustan las buenas noticias porque les quitan el protagonismo.

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